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08 Ene

Dopamina, el neurotransmisor que nos da la felicidad, pero también nos la quita

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La dopamina es un neurotransmisor, es decir, una molécula que se encarga de llevar un mensaje desde las neuronas que lo producen hacia otras células. Por eso interviene en una gran cantidad de procesos como el control del movimiento, la memoria, la recompensa cerebral -ese mecanismo de nuestro cerebro que nos refuerza a repetir una conducta- o el aprendizaje.

También influye en numerosas funciones fuera del cerebro como la motilidad gastrointestinal, la liberación de hormonas, la presión arterial e incluso en la actividad de las células del sistema inmune.

Y es que su acción depende de dónde, cuándo, cómo y en qué cantidad se produzca.

La dopamina es conocida mundialmente por ser una de las moléculas de la felicidad.

También proporciona placer y relajación. Interviene en procesos de memoria y aprendizaje porque regula la duración de los recuerdos. Es decir, decide si una determinada información se puede almacenar durante un tiempo o se elimina inmediatamente.

Y esto lo consigue fomentando que la memoria y el aprendizaje vayan asociados a emociones. En este proceso interviene la dopamina en el accumbens, una parte del cerebro muy implicada en el control de las emociones, que comunica con zonas encargadas de la memoria, como el hipocampo.

Por eso, el aprendizaje que contiene una carga emocional dura más, porque aprender provoca placer y la información se retiene durante mas tiempo.

Y es que numerosos estudios científicos sostienen que la dopamina podría estar relacionada con rasgos de la personalidad como la inseguridad, la cobardía o incluso el grado de extroversión.

Tanto es así que la cantidad de dopamina en la amígdala cerebral -región del cerebro relacionada con emociones como la ira, el placer o el miedo- nos permitiría saber si una persona es tranquila o insegura o si se estresa con facilidad.

Es lo que ocurre con las personas con predilección por las «emociones fuertes». Ciertas regiones de su cerebro tienen una mayor cantidad de dopamina, por lo que son mas «inconscientes» en sus actos. Al contrario, bajos niveles de dopamina se han relacionado con fobia social.

La dopamina es la culpable de nuestras adicciones, de las malas y de las menos malas. Entre las malas, las drogas aumentan la cantidad de dopamina en el sistema de recompensa del cerebro, lo que produce un estado de placer que refuerza que sigamos consumiéndolas. Algo parecido pasa con las menos malas, como el dulce o la comida basura.

Además, cada persona no responde de la misma manera ante estas adicciones. La razón es que no todos sentimos el mismo placer al comer una tarta, por ejemplo. Un estudio científico asegura que es debido al número de receptores a los cuales se une la dopamina.

De esta manera las personas con tendencia a la obesidad tendrían menos de estos receptores y por tanto necesitarían comer más para notar la misma satisfacción que produce el acto de comer. Son, por tanto, «más adictos» a la comida. Y esta es otra característica de la dopamina: su liberación nos puede convertir en adictos ya que nos impulsa a una búsqueda continua del placer.


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