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13 Nov

EL CEREBRO ADICTO.

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Suele decirse que en el cerebro adicto habitan entre tres y cinco personas o fuerzas. Hay una con la voluntad secuestrada que solo busca el bienestar que le genera su adicción. Otra, anticipa lo que eso le generará a corto y largo plazo: ansiedad, depresión, síndrome de abstinencia… Sus otros “yos” tienen la silueta de su soledad, el peso de la conciencia, la forma de la familia y la carga del miedo.

La presencia de todas esas voces no responde en absoluto al clásico perfil de alguien con una personalidad múltiple. Porque si hay algo que conviene saber sobre las adicciones es que estas, fragmentan por completo la propia identidad, el pensamiento y la voluntad. La adicción es como un ladrón que aguarda paciente en un rincón para invadir la propiedad de uno y desbaratar cada ápice y fragmento de nuestro cerebro, la mente y la dignidad.

Los medicamentos alivian el síndrome de abstinencia y muchos efectos secundarios asociados, pero esas vías neuronales que generan la adicción, así como determinados hábitos de pensamiento y comportamiento no siempre responden a la primera a dichos tratamientos. Es un proceso largo y costoso que requiere de un enfoque multidimensional.

Esto hace que muchas personas con una adicción química o conductual se encuentren en auténticos callejones sin salida. En esas puertas giratorias donde salen y vuelven a entrar hasta que dan, efectivamente, con esa estrategia, enfoque o asistencia que a cada persona le funciona en base a sus características y necesidades.

Cuando hablamos de adicción es común visualizar de inmediato a alguien consumiendo opiáceos, alucinógenos o sustancias de diseño, como las anfetaminas. Se nos olvida, quizá, que la adicción tiene muchos rostros, muchas formas y comportamientos. Están los adictos a las compras, los que no pueden separarse de su teléfono móvil. Tenemos adictos al sexo, al deporte, al juego, a determinados alimentos…

El cerebro adicto muestra siempre ciertas alteraciones en las regiones ventrales de la corteza prefrontal, un área relacionada con el significado emocional y nuestra capacidad de control.

Así, algo en lo que concluyen gran parte de neurólogos y especialistas en adicción es en lo siguiente: las personas con una dependencia hacia una sustancia o hacia una conducta suplen con sus adicciones una necesidad emocional. Sin embargo, en su búsqueda por saciar ese vacío derivan en conductas compulsivas, en comportamientos que el cerebro es incapaz de controlar y que además retroalimentan una y otra vez.

El cerebro adicto trabaja de manera diferente. Su único objetivo, su necesidad más prioritaria es encontrar ese bienestar que obtiene con el uso de esa sustancia o con la actividad de dicho comportamiento, el mismo que le genera un placer momentáneo y limitado. Poco a poco ese “estimulante” externo sustituye a las recompensas naturales del propio organismo, y el cerebro necesita más.

  • El trabajo de la dopamina en cualquier proceso de adicción es clave. ¿La razón? Es ella la que genera el ansia y el deseo, ella la que “enciende” al resto de regiones cerebrales para que se orienten hacia esa misma causa y necesidad. El cuerpo estriado, por ejemplo, es el primero que se pone en marcha y el que “recluta” a estructuras como el mesencéfalo y la corteza orbitofrontal. Todo el cerebro entiende que esa sustancia, esa conducta es prioritaria y se focaliza en ese único objetivo.
  • Por lo general, todas las drogas de abuso generan serias alteraciones en la actividad del sistema dopaminérgico mesocorticolímbico. De este modo, si el consumo se vuelve crónico aparecerán cambios neuroadaptativos y neuroplásticos hasta el punto de alterar por completo la estructura de este sistema.
  • El córtex prefrontal es uno de los más afectados. En él se producen también cambios drásticos como efecto de las adicciones. Se alteran nuestras emociones y su regulación, así como nuestros procesos cognitivos. Cuesta focalizar la atención, razonar con claridad, controlar la propia conducta y tomar decisiones.

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